29 de marzo de 2018

semi.magnético

Nunca se habían visto. Tampoco se habían cruzado antes en la vida. Cuando uno estaba en un lugar, el otro estaba en el opuesto. Y de haber estado, uno llegaba temprano mientras que el otro siempre tarde. Eran como dos imanes compartiendo el mismo polo magnético, tan iguales, tan compatibles, que se repelían involuntariamente. El suyo era un baile sin igual.

Ambos esperaban, algún día, un encuentro imposible. Inimaginable. Pero sucedió, por un instante ambos se supieron reales, virtuales pero reales. Y exactamente, así como esos dos imanes que comparten polaridad, fueron tocarse y salir disparados en direcciones opuestas.

El tiempo puso más tierra por medio, más océanos, más altitud y nunca más volvieron a compartir moneda, acentos, hábitos de sueño, costumbres, festividades,... Estaban, ahora sí, más lejos que nunca el uno del otro.

La distancia, aunada con el tiempo, hizo brotar el olvido. Y de forma inconsciente, se olvidaron el uno del otro habiéndose habituado a su magnética aversión. De esta forma pasó el tiempo. Éste los fue moldeando a su gusto y antojo, llegando el extremo que les cambió hasta su polaridad. Y así, ignorantes de qué su campo magnético había cambiado, se fueron acercando cada vez más pero sin darse cuenta de ello.

Súbitamente, se vieron compartiendo latitud, huso, aerolíneas, tradiciones, ciudades,... Pero ninguno de los dos se percató. Hasta que un día se encontraron. Se tuvieron enfrente. Se reconocieron. Se dieron cuenta que eran dos extraños. Y aún así se atrajeron, pero también se repelieron. Se dieron cuenta que ya no eran iguales, y sin embargo tampoco eran diferentes.

Sus polaridades estaban tan mezcladas en ellos como su equivalencia magnética, en un estado de semi.magnetismo que les permitió estar ahí. Compartiendo el aire de una misma estancia. Reales de verdad. Iguales, con realidades similares, pero contextos diferentes. Y se vieron, pero de verdad, se supieron existentes. Justo para percatarse que no volvería a suceder. Y al separarse se sintieron atraídos justo para retenerse en el momento en que se repelieron para no volverse a ver.

9 de marzo de 2018

Naufragado


Después del naufragio siempre te quedan varias sensaciones.

Alivio, por haber sobrevivido al naufragio y estar en tierra. Poder respirar aire y no agua se torna lo más reconfortante a primera instancia.

Arena y sal en la boca, por la furia embravecida de un océano con mal carácter. Que mientras te machaca las costillas te empuja para devorarte sin más explicación que un "lugar equivocado en un momento equivocado".

Decepción, porque lo peor no es haber naufragado, si no haber terminado en una isla solo. Porque uno no se es náufrago si no termina a solas consigo mismo y con la decepción en una isla desierta y hostil, que haga que todo termine siendo completamente decepcionante.

Si un día me buscas, aquí es donde me encontrarás. Por que quizás mi destino no era otro que ser aquello que el océano quiso y no quien yo quería ser.

Completamente decepcionante.