3 de junio de 2014

El libro

Había un libro dentro de él. Sabía de él e incluso de su historia. Pero ignoraba los matices, los suspensos, los ascensos, los descensos,...

En varias ocasiones había intentado contárselo al mundo, hacer saber que en él rugen la poesía más intensa y la más vibrante prosa. Que tras su gélido silencio y su racional proceder latía en él una obra maestra de la literatura del hombre. Pero a la hora de hacerlo, las palabras huían de sus dedos, de sus labios. La prosa se convertía en tosca y la poesía arrítmica y desmedida. Las hazañas en simples anécdotas y lo trascendental en un simple acontecimiento. Y así, fruto del desaliento decidió involuntariamente y sin darse cuenta dejar de intentar de escribir su gran libro.

A veces las páginas en blanco de un libro no están de más. 

Un día, mucho después de sus sueños de escritor, sin pensarlo recordó su anhelo por transcribir su gran libro. Y fue entonces que empezó a listar, nuevamente, los acontecimientos, personajes, historias en segundo plano, (...), de su libro. Y fue en ese momento, en ese mismo instante ni antes ni después, donde su gran libro le habló (por primera y última vez) e hizo saber que hay libros que no se deben contar sino que se han de vivir, y el suyo era uno de esos. Su vida se había convertido en la mejor de las historias cuando decidió vivir en lugar de anotar y enlistar los hitos de su gran historia a contar. 

Y lo entendió. Y llegó a ser un gran libro que sólo unos pocos supieron leer, sólo aquellos quienes no juzgaron la cubierta o simplemente no les asustó los riesgos que la trama proponía. Sus palabras eran, en definitiva, pura vida.

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