30 de octubre de 2013

Carrera desde lo fondo

A veces quisiera salir corriendo. No huir. Ni desaparecer. Sólo salir corriendo. Correr. Correr más allá de este lugar. Lo suficientemente lejos para no ser encontrado pero tampoco como para darme por perdido. Y correr con toda la ira y furia que me azotan por dentro. Pisar con tanta fuerza que mis dedos se ensangrienten. Tan rápido que mi ropa se desgarre y se me desprenda. Por tanto tiempo que sólo perdure mi verdadero yo, desnudo, ensangrentado, escuálido, herido, desnutrido y vencido. Y vencido por la carrera tropezar, volar, soñar, aterrizar y romper lo poco que queda de íntegro en mi.

Porque sólo corriendo de esta manera consigo alejarme de ti acercándote a mi.

15 de octubre de 2013

Lágrimas fugadas

Llorar ya no significaba nada. Sus lágrimas habían perdido su valor. Ahora eran una moneda de cambio para obtener el perdón. Como un niño que entrega su poca dignidad entre lágrimas por un juguete o un capricho. Ahora ya no tenía valor su vida. Sus lágrimas habían perdido la poca dignidad que le quedaba.

Sus lágrimas ahora reflejaban la desesperanza. El vacío de un corazón convirtiéndose en un agujero negro devorando la felicidad, las caricias, los besos, el calor, la seguridad, la luz...

Sus lágrimas se habían vuelto indignas porque representaban todo aquello que se había prometido no ser. Eran indignas porque le mostraban débil ante el mundo. Indignas porque le descubrían todo aquello que se había esforzado por ocultar y hacer creer inexistente.

Pero ante todo le dolía, no saber volverlas a controlar. Sus miedos eran ya tan grandes que no podía controlarlos, no podía dominarlos, ni someterlos. Se había vuelto débil y sus temores se habían convertido en todopoderosos titanes. Y ya no podía volver ser quien fue.

Y por cada río de salado mar que se precipitaba al vacío, sabía que ya nada iba a volver a ser igual que antes, sin importar el final que le esperara.

Yo, Jagger

Yo, Jagger
Para cuando me enteré que Jagger había sido sacrificado, habían pasado ya un par de semanas. Aún recuerdo ese momento de confusión, perturbación, dolor y rabia. Me enteré por mi hermana en una llamada telefónica y por un comentario casual. 
Creo que eso fue lo que más me dolió, la casualidad sobre la muerte del que entendía como uno de mis mejores amigos. Pese a que yo ya llevaba tiempo sin cuidarle por la distancia que nos separaba. Creo que esa punzada inicial tenía ese sabor.

Jagger había alcanzando la respetuosa edad de catorce años, muy longeva para un perro grande. Un perrazo como bien dijeron algunos de mis amigos que llegaron a conocerle, ya sea en foto o en persona. Y es que Jagger era un perrazo, así como lo entenderíamos, un tipazo. Un increíble ser vivo. Un increíble amigo.

Tras la revelación, mi hermana me contó que había tenido que ser sacrificado por una enfermedad degenerativa de los huesos. 

Cuando supe lo sucedido quise inmortalizar nuestra relación, porque yo traía mucho de él en mí, en parte siento que fue mi único amigo durante mucho tiempo. La gente dice que los perros no nos entienden, y puede que sea verdad, pero nos sienten. Él sentía mi tono al hablarle de mis cosas y estoy seguro que sabía que no hablaba así con nadie más. Y él me hablaba a mí con su respiración calmada en aquellos jardines bajo la sombra de las palmeras de eso calurosos veranos; o con su mirada, de la que creo que ahora compartimos y por ello me sentía hermano suyo.

Él me rescató de mi recluida adolescencia y yo le rescaté las pocas e insuficientes veces en las que estuve. Me temo que ese peso será una carga que llevaré durante un largo tiempo.

Pero donde más le fallé fue en no acompañarle en su viaje de despedida...

Mi carga es tener ese recuerdo amargo, pero también recordarle como lo que fue para mí. Sabiendo que una parte de él aún vive en mí, porque influenció en quién soy. Y creo que el tiempo que pasé con él, conseguí darle algo de paz y felicidad entre tanta soledad que le rodeó.

Descansa en paz, amigo.
Siempre te recordaré.

Fracasos profesionales

Joan Bagur
Es inevitable tropezar de vez en cuando, en mi caso parece que es mi hobby. A menudo me pregunto porqué confío en la gente, o más bien, porqué no quiero desconfiar de ella. Suena naïf no querer dejar de confiar, sobretodo dado mi expediente, pero así es como soy, y es en parte ese lado de mí que me hace ser quien soy, si dejase de hacerlo probablemente yo no sería yo sino otro yo, no tan yo original, y por lo tanto mi imaginario también se vería afectado y en consecuencia, seguramente, no haría las cosas que hago porque yo ya no sería éste yo.

¿Porqué esta faceta tan filosófica os preguntaréis? (O te preguntarás, dudo que leas esto a un público).
Pues el caso es que hace unos meses volví a ser un idiota. Idiota en confiar en gente de la que otra gente (más sabia o experta, quizá) me había advertido que no lo hiciera. Pero no aprendo que hay personas que no valoran las palabras que suelta por su boca y mucho menos, quienes confían en esa gente.

La verdad me duele hablar del tema porque es exponer un error terrible que he cometido. Pero merezco también castigarme así, porque de otra manera no aprendería jamás que no puedo ser tan sumamente imbécil.

Mi error se resume en la ilustración de arriba. Hecha en menos de 24 horas, con 8 de ellas en contra. Y ni un gracias. Gente que se agenció su propiedad sin haber pagado nada, sin haber firmado nada, sin respetar mi compromiso... Sin valorar nada.

He perdido dinero, mucho en verdad. He perdido tiempo, de sueño, de vida, DIOS MÍO de VIDA, de pasarlo con la gente que me quiere y quiero, por confiar en algo en donde todos sabían que no debí hacerlo. Pero lo hice.

Yo sé que es muy probable que la persona en la que confié, jamás me vaya a pagar. También sé que es muy probable que jamás me dé la gracias por lo que hice por su proyecto.
Aún dudo en si demandarle, sé que ganaría, sé que le haría aprender una lección sobre cómo respetar el trabajo de los demás y de su dignidad. Pero luego pienso que en el mundo hay mucha gente mierda. Y que si te acercas a la mierda sólo terminarás apestando.

Ahora ya sé identificar un olor a mierda nuevo. Yo, por mi parte, no voy a dejar de confiar en la gente, y voy a seguir llevándome palos pero serán nuevos e inesperados. Y cada vez, serán menos.
Para la persona que tuvo mi confianza. Puede ganar dignidad, pagando, lo que se tiene que pagar por las cosas serias bien hechas.

Sobre la ilustración fue para un evento que hasta fue televisado. Era el elemento principal para un cartel de un chef invitado. No diré más porque luego me regañan. Y prefiero cerrar con una cita remasterizada por mí.

"Es mejor pedir perdón que permiso", y yo le agrego: "pero el perdón, sólo, si va acompañado como crecimiento, no como sumisión".