23 de mayo de 2012

Personas II: José Baldomero Ortega

Era Guatemala en el 2009, aunque también lo siguió siendo antes y en los años venideros.

Emprendía un viaje de regreso. Exhausto de corazón, pese a que mi alma se sentía emocionada por hacer frente a otra aventura.

Hay veces que un regreso contiene tantas historias como todo un viaje en sí mismo. No es por menos que éste no deja de ser otro viaje más en sí.

Que una partida se inicie en una fría mañana al alba, ya es tópico redundante. Contar, quizá, la quietud de las calles, la serenidad de un pueblo pesquero a las orillas de un volcán taciturno, tal vez lo es menos. Me tomaré el lujo de ser tópico si cuento que San Pedro de Atitlán tenía sobre sus calles ese velo de blanquecina y turbia mirada al despertar.
Mis pasos se hacían sordos en las empedradas calles. Mi objetivo entonces era una guagua que me llevaría de forma parcial a mi destino. Pero con lo que no contaba era con tropezarme con otras personas que su destino, por un breve momento, se unía al mío como dos cables de tendido eléctrico que por un momento van uniéndose hasta llegar a besarse y posteriormente a distanciarse hasta sabe quién donde.

Una de esas personas fue José Baldomero Ortega. Ha pasado ya tanto tiempo... Si mi recuerdo no es confuso, nuestros caminos se enlazaron en una guagua que tomé desde Chichicastenango. Me subí y senté solo desde la base de autobuses, no fue hasta pasado un rato que un considerado y casi temeroso hombre me pidió, con esa cálida sinceridad que poseen los más humildes de Latinoamérica, si podía sentarse a mi lado. Este afable hombre era José Baldomero Ortega. Cabe anunciar que en el transporte colectivo ya no cabía ni un alfiler. Por mi parte asentí con una sonrisa y me aparté más de lo que ya estaba en ademán de ofrecerle comodidad a su petición.

Pasó un breve rato en silencio.

He descubierto que hay silencios incómodos y "silencios incómodos". Aquel era un "silencio incómodo" porque José y yo no nos conocíamos, pero estaba claro que teníamos que hablar, porque a José yo le picaba la curiosidad y porque a mí si se me pone un corazón que tenga algo que decir, me encanta escucharlo.

Finalmente, habló, no sé si su silencio era porque estaba reuniendo sus preguntas o si bien buscaba la forma de abordarme. El caso es que me habló y yo le contesté. No sé cómo empezamos a hablar. Aunque ahora creo que eso no era tan relevante.

Yo le conté de mí, de mi necesidad por cruzar una frontera muy lejana a la de mi patria, de mi corazón roto por ti y de los miedos que como hombre ya son fundados.
Y ahora diré que nunca me sentí tan escuchado como por el bueno de José.

José Baldomero Ortega, de cuyo nombre tuve que hacer esfuerzos para no olvidarlo a lo largo de estos años, era una de esas personas que la vida no le había tratado bien. Era devoto practicante evangelista, me contaba. Se sabía las palabras del señor con pasión, tanto que por un momento las sentí suyas. Creo que hasta llegó a intentar convertirme, de haber sabido mi postura al respecto ignoro si el bueno de José se hubiera atrevido a iniciar la conversación. Se había volcado en la religión pues por mucho tiempo «estuvo tentado por el diablo, e influenciado por él».
Su historia me parecía fascinante, y más allá de juzgar su fe, tan sólo podía dejar que intentara convertirme. José era hombre de bienes limitados, era pobre. Ese hombre tostado por el sol, chaparro, de sonrisa sencilla, con acento guatemalteco, un hijo universitario agnóstico y una mujer muy probablemente igual de humilde que él, era pobre y sin embargo no lo veía así. Quizá sus atavíos le daban credibilidad a sus palabras.

Hablamos mucho más, mi viaje era largo y al parecer el suyo también.

Me contaba del café y las plantaciones, del clima, de su ruta, de la mía, y sobretodo de Dios. Presente en casi cada una de las oraciones simples que cerraban sus exposiciones.

José se bajaría algo antes que yo de la guagua, pero antes intercambiamos algunas palabras de cortesía que eran verdad y me regaló algunas indicaciones para el proseguir de mi viaje.

El colectivo se detuvo en mitad de la carretera, José se puso en pie. Me miró ofreciéndome su mano, que estreché con gusto, y se despidió sonriente cargando su fardo y poniéndose el sombrero.
Me quedé observándolo desde mi lado de la ventanilla desde la que estaba. Sólo volteé una vez mi mirada mientras que el camión avanzaba, viendo como se quedaba en mi pasado José Baldomero Ortega con su fardo a sus hombros y el sombrero cubriéndole su mirada. Me senté pensando en las indicaciones de José y me dejé llevar.

22 de mayo de 2012

Era el que era

Era el mayor traidor. Un maldito entre benditos. Un racional emotivo entre emotivos racionales. Un vendido a la causa más noble. Una víctima de la pasión y la razón.

Era todo aquello que los demás querían ser. Sólo le faltaba una pizca de ignorancia y despreocupación. Y tan sólo por eso mismo, su propia libertad era también su maldición.

21 de mayo de 2012

No recuerdo Chile

Hace un tiempo estuve en Chile. Aunque ya no lo recuerdo. Ya no puedo recordar su pacífico mar rompiendo en las orillas de Valparaíso, ni su geografía curvilínea, ni de sus ascensos y descensos.
Hace mucho estuve en Chile, y éste por un instante, estuvo en mí. Con delirante vagueza recuerdo sus tíbias aguas, su cargada atmósfera en época de la vendímia.

Ya apenas recuerdo el color de la tierra que un día tuve entre mis manos.

Una vez estuve en Chile, y sin embargo hoy soy incapaz de recordar el matiz de ese cielo que durante un tiempo, veló por mí; con atención en el día y permisividad en la noche.

Es normal que ya no recuerde Chile si cuando jugué en las faldas de sus cerros yo no era más que un niño creyéndose hombre.

Y ahora me duele reconocer que me acuerdo de Chile, pero ya no te recuerdo.

3 de mayo de 2012

DJ Lee

DJ Lee

¿Saben de esas telarañas que cuando intentas quitarlas de en medio se convierten en una maraña y se adhieren de tal forma que no hay manera de deshacerse ellas por un rato?
Si las respuesta es que sí, comprenderás el origen de la ilustración.

Era una boceto para un cartel de mi antiguo trabajo, pero la falta de confianza en mí les echó para atrás la idea y no se realizó finalmente. Pero se quedó atrapada en mi mente. Tal vez fue porque mi ego tenía que demostrarse que todos se equivocaban. Quizás porque realmente creo (ya después de terminada) que merece la pena haberla llevado a puerto.

Sea como sea, lo hice. Y la satisfacción de saber que soy capaz de sacar de la cabeza las ideas que se me ocurren me reconforta.

A la imagen le anexaría ahora mismo un chiste cliché, luego me lo podéis reprochar:
"Be DJ my friend". 

1 de mayo de 2012

Balena

Balena
Como a todas las ilustraciones, a ésta, le corresponde un cuento. Pero en este caso me reservo el derecho a publicarlo porque ha salido algo bueno y estoy viendo si puedo armar un proyecto con él. Si no sale en breve, lo publico.
Por el momento, Balena sin cuento.