10 de diciembre de 2008

En las nubes

Abría y cerraba los ojos con acentuada frecuencia. Abría y cerraba. Abría… y cerraba. Abrió y al final miró con los ojos irritados por la ventana. Había estado tan centrado parpadeando que no se percató de que ya no estaba con los pies en la tierra. El amarillento pasto y el sofocante asfalto de junio se había convertido en esponjosa nube blanca y en etéreo azul.
Aquello alivió su mirada. Ese colirio, sueño del hombre, le detuvo la mirada sobre los gigantescos cúmulos de espumosas formas. Volvió su mirada al frente y se recostó en el asiento cerrando los ojos pensativo. Al rato el azafato le despertó ofreciéndole algo para tomar. —Agua, por favor.

Una voz semi metálica sonó en los altavoces anunciando la obligación del uso de los cinturones debido a la zona de turbulencias que disponían a atravesar. Hizo clic. Con el vaso de agua de la mano volteó de nuevo a la ventanilla y admiró el paisaje. Mirando todo y nada a un tiempo. Algo le llamó la atención en las nubes, alguien más bien. Una silueta, una persona parecía, estaba sentada en la terminación de una nube. No podía ser era imposible. Se encaramó a la ventanilla para poder escudriñar aquello que creía ver. De haber sido posible hubiera atravesado el cristal. Empezó a fijar absorto su mirada, a agudizar la vista en aquello que parecía ser una persona. Abrió los ojos de asombro, atónito. El descubrimiento agitó el avión bruscamente y un golpe lo volvió todo blanco.

—¿Te vas a levantar?

Depuso las manos en el suelo para enderezarse, las sintió húmedas al hacerlo pero no se mojaron. Con la cabeza un poco dolorida; todo estaba en azul y blanco. El aire era frío aunque sólo lo notaba al respirar.

—¿Echamos una carrera?

Automáticamente recordó que no se encontraba sólo. Había olvidado por completo a la voz. Buscó torpemente al dueño de su despertar. Pero era inútil. No había nadie.

—¿Echamos una carrera?

Extrañado quiso contestar, pero de su garganta no salía palabra alguna. Se echó mano al cuello y en éste sus cuerdas vibraban, pero nada cruzaba el umbral de sus labios.
Finalmente se enderezó. Todo cambió al hacerlo. Vio dónde se encontraba. Debía de ser un sueño, aquello no podía ser real. Caminó hacia el borde y la precipitación le confirmó lo que no se creía. Estaba en una nube. Y su mirada no podía alejarse del precipicio de algodón.

—¿Entonces ya estás listo?

Giró automáticamente la cabeza hacia su derecha. La voz era de él, no de el sino de Él. Ahí estaba, de pie con unos tejanos, su camisa a rayas blanquiazul de marinero y su barba de siempre. Sonriéndole.

—Tú déjate llevar. Sólo salta lo más fuerte que puedas. ¿Listo? Uno, dos… ¡tres!

Con su mirada vio cómo flexionaba sus rodillas y se lanzó liviano sobre una nube que se encontraba enfrente, algo más arriba. Aquello era de locos, no podía hacerlo. Se aproximó al borde apurándolo y miró al vacío. Una sensación de vértigo le recorrió el cuerpo echándolo hacia atrás. Volvió a mirar a la nube de enfrente y ahí estaba él esperándolo. ¿Por qué desconfiaba? A fin de cuentas… era su amigo. Anduvo marcha atrás, tomó aire y comenzó a correr hacia el borde. Luego saltó… Cuando se quiso dar cuenta de todo estaba pasando por encima de Él, Él viendo como él volaba, y él viendo cómo reía. E inmediatamente reanudó la carrera. Miró hacia atrás y al ver que le seguía decidió no parar.
Ambos se perseguían, por un momento uno por un momento otro. A veces atravesaban las nubes otras se impulsaban en ellas y durante un tiempo hicieron realidad el sueño del hombre. Surcaron el cielo entre carcajadas y mirándose en los adelantamientos.

—Ya casi llegamos.

¿Ha dónde? Se preguntó, mientras continuaba impulsándose. Saltó de nuevo y de repente sólo hubo vacío. Continuó flotando durante un rato y junto a él, sonriente estaba Él.

—Bueno, hasta aquí hemos llegado. Ya no puedes seguir. Me ha gustado volver a verte. Quizás la próxima vez me ganes. Ahora tienes que volver. Cuídate.

Le habló a los ojos, sólo pudo hablar con ellos. Él le sonrió mientras su cuerpo cedía lentamente a la gravedad. Terminó, finalmente, desapareciendo en el mismo punto en el que apareció; y al hundirse en una monstruosa nube blanca empezó a sentir el frío húmedo en su pecho y todo se fundió en el blanco. El golpe en la cabeza le volvió a doler y al salir del blanco se encontró de nuevo mirando por la ventanilla, con la camisa mojada y el vaso vacío.

—Xavi…— pudo decir al fin.


Pensado para ti, Xavi. Tres años y es como si siguieras aquí.
Me perdonarás que no haya adjuntado la ilustración que acompaña al texto, pero no he tenido tiempo, cuando esté la subiré.


La ilustración aquí.

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