26 de abril de 2007

Textos olvidados IV (no publicados)

Microcuento
Empujó el cuerpo dentro del maletero como pudo, y cerró el capó de un golpe. O eso intentaba olvidar cuando la linterna le cegaba. Al cabo de unos minutos percibió barullo a su alrededor, y lo que le cegaba ahora eran las luces intermitentes naranjas y azules.

17 de abril de 2007

primera persona

La noche me invade como un lobo con sus fauces abiertas. Soy el títere olvidado del titiritero, que de ser su favorito pasé a ser objeto de desprecio, en aquella tenebrosa esquina de la habitación. Temo tanto a la oscuridad que llega un momento en que ésta se vuelve insignificante, y abro los ojos escudriñándola, rogando encontrarme con algo o alguien que desgarre mi soledad. Siento el hueco del viejo árbol vacío por dentro, carcomido y sin entrañas para seguir viviendo, y sin embargo es castigado con permanecer en su lugar hasta que algo o alguien le vulnere su desdicha. Miro por la ventana y sólo veo soledad. La del anciano del edificio de enfrente que a horas intempestivas observa anonadado la televisión. La del mendigo olvidado entre cartones a pie de cajero. La de la muchacha que regresa sola a casa con la inseguridad de una ciudad sobre ella. Como yo en mi habitación, con el torso descubierto y una cama desierta. La luz lunar aclara la estancia, lo justo como para definir formas, y mi imaginación dibuja a alguien en la puerta que me observa pero no se acerca, tan sólo observa. Intento hacer brotar lágrimas, para desahogar me dijeron, pero es inútil tan sólo consigo irritar un poco los ojos, hace demasiado que no lloro… Siento que mi vacío se precipita y en él caigo sin tiempo a reaccionar. Es oscuridad, y quisiera estar dormido para no ver lo que vendrá. El corazón me da una punzada, está enfadado. Ya no quiere colaborar conmigo. Ya no quiere compartir mi camino. Dice que se va, que va a saltar, que prefiere morir a seguir padeciendo soledad. Me ofrece un pacto, él se queda si yo le hago saltar de emoción, de tensión, de nervios, de pasión. Yo le digo que sí, vivir así es una tortura pero tampoco quiero morir, no aún, no sin saber lo que es… Un sudor frío se apodera de mi pecho y empapo la cama que se transforma en un páramo helado en el que empiezo a tiritar sin remedio, sin nadie que furtivamente me hunda en su calor, y tirito, y desesperado acudo a mi memoria a buscar a mis musas y ninfas que una vez rocé y su calor es vano e inhumano. Mi incapacidad de combatir mi pesadilla de hielo me vuelvo un ovillo, me arropo con mis mantas y dejo reposar la cabeza de manera exhausta sobre la almohada. Me quedo mirando absorto la figura de la puerta, y decido hacer frente a la noche hasta que arañe el sol mi ventana y vea realmente quien me observa. Arropado y aún temblando, la vista empieza a hacer fundidos a negro contra mi voluntad y en esos instantes pido, mientras mi cabeza empieza a desorientarse, no pasar más noches en la soledad acompañado de las sombras, y que alguien vele por mis sueños para yo poder después velar por los suyos. Y el sueño decidió que no averiguara aún quien me observaba.

15 de abril de 2007

Textos olvidados III (no publicados)

jazz in a moment

El entorno cálido. El humo del tabaco. Algunos gritos y voces altas. Todo tenía su encanto; se estaba bien. Ni tan siquiera el suelo de piedra nos incomodaba. Mucho menos aún cuando todo fue acallado por una trompeta resguardada por un saxofón. El aire se llenó de partituras; de líneas y notas que surcaban de forma sinuosa por toda la sala. Sólo tenía que dejar de pensar en la música para que ésta te cogiera y te llevara a lugares recónditos del alma. Se pudo calificar de mágico.

A mi lado un gran amigo, a mi otro lado más que una amiga, tanto es así que nunca podría ser más que eso, por mucho que lo desee y por mucho que se quisiera. Y al lado de ella, él. Persona muy maja, futuro proyecto de okupa, de posiblemente familia bien, de cara bonita y de buen corazón. Lo contrario que yo.

Con el tiempo se aprende a rechazar según que tipo de metas. La noche aunque un poco dolida fue muy buena. Bebimos mucho, y fue bueno, se creó una atmósfera como sólo las que el anfitrión sabe montar, humo, cerveza y sinceridad.
En una mesa de cuatro personas (el cuatro es un número que me está empezando a gustar) de las que dos son o pretenden ser humanistas, y a otro de ellos le encanta dialogar, es imposible evitar la filosofía de calle (o de bajo conocimiento filosófico). Tan común se convirtieron la afirmación del ser humano como animal por razonamiento, como al vapuleado comunismo carente del tiempo de praxis que el capital se ha adjudicado. Todos aprovechamos cuando nos encontrábamos solos para preguntarnos por nuestra vida sentimental, menos yo con él, que nunca coincidimos en quedarnos solos. Seguramente le hubiera amenazado con partirle las piernas si se le ocurría hacerla daño, o simplemente me hubiera mantenido callado.

Ya andábamos borrachos cuando nos comimos una caja de croissants.

Nuestra próstata estallaba y dos evacuaron en las inmediaciones urbanas más próximas. Ella no se quería poner detrás de un container, por cosas del pasado. Yo sugerí mi orinal. Dicho y hecho.

Acabamos todos en mi casa, tirados en los sofás, cantando canciones de Marea, Extremoduro, Fito & los fitipaldis entre otros, entrando ya en la más absoluta degeneración. La despedida me supo amarga. Los grandes encuentros suelen tener grandes desencuentros. La gran despedida de mi amigo, el caluroso abrazo de mi amiga, y el sorprendente abrazo de despedida de él, fue el cierre de una noche, de la que ella se encargaría de cerrarlo con un beso al aire.

Lecciones

-Suéltame. Oh, gracias por ayudarme, pero ahora tengo mucha prisa. Por favor, déjame marchar.
-Has venido a contagiarme una enfermedad. Fuera hay muchos microbios y son malos.
-Soy una humana, tal vez ésta sea la primera vez que veas a alguien como yo.
-Ahí fuera acabarás enfermando. Quédate aquí y juega conmigo.
-¿Estás enfermo?
-Estoy aquí porque si salgo fuera enfermaré.
-Quedarte aquí es lo que hará que te pongas enfermo. Verás, alguien a quien quiero mucho está gravemente herido. Así que tengo que irme enseguida. ¡Por favor suéltame el brazo!
-Si te vas me pondré a llorar, y si lloro Baba vendrá y en cuanto te vea aquí te matará. Te romperé el brazo.
-¡Ay, me duele! Por favor, luego vendré a jugar contigo.
-¡No! Yo quiero jugar ahora.

14 de abril de 2007

Textos olvidados II (no publicados)

marionetas

“Sólo al filo de la muerte, en otro carnaval, el hombre había de desvelar el enigma propuesto por el viejo titiritero aquella noche de copas y confidencias en la única taberna del lugar”.

Le arrebata la hoja a
Underwood, la hace una pelota y la tira a la papelera. Canasta.

“El enigma. En la taberna. Aquella noche. Aquel titiritero. Otro carnaval. Las confidencias. Las copas. Y todo en un mismo momento. Incluso la muerte”.

Se levanta y le vuelve arrancar la hoja. Repite la acción, pero esta vez se pone a caminar.

Ochenta vueltas al salón en cuarenta y siete minutos. Ojea su tiempo de pulsera. Las once treinta y ocho. Enciende un cigarro. Profundo. Coge la gabardina. Apaga el candil.

Se topa con sombras inertes. Luego con sombras vivas; putas y camellos. Humos brotan de las rendijas de las calles. Dos cuadras más abajo se introduce en un irlandés.


Se enciende otro cigarro. Una tos neumónica le llama la atención. La sombra se esconde de la luz.
Se acerca. Y con tremenda naturalidad comienzan a platicar. Hablan de la vida, de su filosofía, de todo de lo que con un desconocido se atreve a hablar, por lo que es.

Con las manecillas colindando a un cuarto en el cuadrante positivo, la sombra enfermiza le reveló un secreto, el secreto de la vida disfrazado de enigma. Perplejo, surgieron ahogadas respiraciones. Sus propias palabras le asfixiaron. Su cabeza se encontró con la mesa con un golpe seco.

Me levanté discreto, y salí desapercibidamente, tenía que escribir un relato al respecto. Conocía el enigma y conocía el secreto. Llegué a casa. Prendí el candil. Me senté frente a mi teclado mecánico, y empecé a pensar. Veinte horas y media después fui capaz de empezar.

“Sólo al filo de la muerte, en otro carnaval, el hombre había de desvelar el enigma propuesto por el viejo titiritero aquella noche de copas y confidencias en la única taberna del lugar”.

Antes de dormirme III

azulclarocasigris

La ciudad se tiñe en la transición. Es la hora de las primeras luces y sus misterios. De la penumbra que no es oscuridad y tampoco es luz. Es un tiempo muerto para los corazones con cargas pesadas; es la tregua del día a día. Los edificios se levantan perezosos hacia el cielo intentando subir la persiana que cubre su ventana. Y desde lo alto observan cómo despierta la otra ciudad. El ambiente mortecino, el olor a ozono que se introduce en la memoria, la paz que despierta al sueño se filtra entre las calles y las catedrales. Todo es equilibrio, todo es calma.
Shhh… no rompas la magia.

13 de abril de 2007

Textos olvidados (no publicados)

amores perros

La fricción es cada vez más intensa. La fuerza del deseo provoca fuertes arremetidas. Incesante. Poco nos diferencia del resto del mundo. El calor se hace más persistente. Y de repente; frío.

Mi exhalación eclosiona en un hedor animal indistinguible. Su pelo inspira al olor del amor de calle. De las noches a la intemperie. Mi cuerpo, su cuerpo; apestaban de forma natural. No podía ser de otra manera.

Cuando nuestros morros se encontraban con un mordisco, volvían a mí escenas con otras perras con las que antes estuve. Siempre el mismo sabor, su pelaje cambiaba, pero todas eran iguales, salvo ésta; que era la última.

Ella jadeaba, yo jadeaba. Y no aullaba de placer, sólo ladraba. Igual que yo, y después bufaba; igual que yo. Aún así y a pesar de los ruidos callejeros que nos envolvían en aquel lugar, la unión no cesaba de eclosionar. Hasta que aullé, y luego grité al unísono con un golpe seco.

La luz no te dejaba distinguir muy bien su pelaje, me pareció ver que era pardo. Yo estaba encima de ella. Alguna que otra vez surge un espontáneo que se nos queda mirando un rato y luego se va.
Yo no quería parar, ni ella que yo lo hiciera. Pero un hijo de puta sí, que con mala cara me lanzó una lata de cerveza, lastimándome en la cabeza y haciéndome huir a cuatro patas, mientras él a lo lejos me ladraba.

Yo sólo quería estar con ella, y formar una familia. Como las veces anteriores. Pero al parecer no tengo el visto bueno de sus amos. ¿Qué sabrán ellos del amor?

9 de abril de 2007

lisboa

melodías

Ta tata tararará tatá…

Mientras, cierra los ojos.

El viejo gramófono en un rincón de la salita, escondido por la vergüenza de actuar en público, se esconde. Su timidez no apacigua sus sentimientos de inundar los corazones de la gente con sus melodías. Suaves, dulces, evanescentes. Duras, rígidas, quebradas. Algunas veces rotas, otras, mimosas. Su do de pecho es ya viejo y no puede impedir hacer brotar su carácter añejo, sabio y sencillo. En el aire se puede respirar el olor de otras épocas, de otras ideas, de otros sentimientos. Y evocan a recordar otras edades que otros no han vivido. Huele a madera y la salita con la luz de la media tarde es un centro de paz y armonía, un equilibrio dentro del caos.

Abre los ojos suavemente y los vuelve a cerrar.

A él no le importa no parar de tocar canciones y ritmos. Es más, se siente feliz, se siente útil. Aunque sabe que eso no será para siempre. Ahora es feliz. La luz que discretamente le otorga más protagonismo hace más acogedora la estancia, ya no le da vergüenza, una vez ha empezado no le importa continuar. A veces su tono de voz resulta un poco quebradiza, recuerda su edad pero no es una molestia.

Tumtum tum turururuu…

Vuelve abrir los ojos para clavarlos en el viejo tocadiscos. Éste le devuelve la mirada en forma de melodías, le dibuja castillos en el aire, parques verdes con niños y tirachinas, mujeres exóticas de países que jamás pudo visitar, galaxias donde las estrellas nadan con los océanos y soles jugando al escondite, le enseña los mundos de las hadas en que creía de pequeño y en los animales con plumas de mil colores que morían cada vez que los mirabas y reaparecían cuando volvías a despertar cada mañana. Le regaló sus sueños, por que él sin saberlo le había regalado los suyos.

El anciano le sonrió. Y Berliner también.

La melodía continuó hasta llegar a la última nota. En ese momento el bracito que le chivaba las notas se rompió. Él continuó con los ojos cerrados y las manos reposadas. El silencio sólo se rompió por el cíclico y callado girar del disco.

7 de abril de 2007

Maestitia

En una tierra gélida, donde los témpanos se habían edificado ya sus propios feudos y el blanco colmaba las más altas copas de los árboles, se encuentra en su centro un vasto territorio en el que tan sólo habita la soledad. En ella peregrinan las almas que un día perdieron algo sin razón, huidiza a su entendimiento. Las pisadas de los peregrinos se las lleva el viento del olvido, y su recuerdo mueren con cinceles sobre la piedra del cementerio. Es la parte del mapa que a los niños no se les enseña en su aprendizaje, no por que fuera triste su existencia o temieran la facilidad con que los niños se retan. No se les enseñaba por que no conciben justo que los niños entiendan un concepto tan amargo siendo aún niños. Se trata de la tierra blanca, la tierra sin nombre, así la denominan los críos. Entre los adultos la llaman Maestitia.

Maestitia, es un desierto blanco. Es curioso como algo que se encuentra en lo más profundo de un escarchado país pueda albergar un desierto de arena blanca, que además es cálida. Los estudiosos culpan a esa virtud la razón por la cual sus habitantes migran hacia ella.

Nunca se supo qué sucedía allí y mucho menos qué le ocurría a quien se adentraba en aquel lugar. Hasta que un día, alguien lo hizo y volvió. Lamentablemente, no para contarlo.

Años atrás, cuando se comenzó a hablar del desierto blanco, del desierto de Maestitia. Hubo un joven, Féleon, hijo de un herrero de oficio arraigado en su familia que encontrándose en una de las tabernas del poblado con su carpeta abierta y una mina de carbón sobre un montón de papeles, y cuando se acordaba le daba un sorbo a la cerveza. Que un día, estando en ese mismo lugar y con la cerveza aún fresca, su monotonía fue interrumpida por una muchacha de tez morena y de cabello rizado azabache. Enseguida dilucidó que no era de los alrededores. Le pidió compartir mesa, la taberna estaba en uno de esos días en que sin razón se llenaba, y éste no fue capaz de darle una negativa. Lo que se dijeran se desconoce, pero de ahí nació una relación algo más que amistosa entre los dos.

No fue un secreto para el pueblo sus aventuras, a pesar de que su amor estaba vetado, pues los dos pertenecían a dos tierras diferentes y no se habían presentado formalmente las casas de sus padres. Aún así y consecuentes, furtivos se veían y se fundían. Y así fue durante un tiempo. Pasados los meses una mañana apareció frente a él, y secante le dijo que se acabó, que ya no habrían más fugas ni aventuras en las alcobas. Féleon desconcertado empezó a preguntarla y después a preguntarse. Ella se desvaneció entre las sombras que una vez les cobijaron, y el desconcertado entró en un estado de in animación. La gente no tardó en enterarse, mucho menos tardó en encontrar las razones en otro hombre. Inevitablemente Féleon también se hizo eco de los rumores y se convirtió en un ser primario, deambulaba cumpliendo sus funciones pero sin un ápice de humanidad, sentía el frío más que nunca y sentía el vacío más que la propia nada. Y fue así como un día, algo más abrigado de lo usual partió hacia Maestitia.

La distancia que separa el poblado del desierto blanco, es de unas dos semanas.
En su camino el blanco se hacía más intenso. No hizo paradas para dormir tan sólo para ingerir algo de alimento y proseguir su viaje. Estaba ciego por seguir avanzando, sólo pensaba en avanzar, avanzar y avanzar. Avanzar para terminar cuanto antes con el vacío de su interior, con el dolor que le recorre las venas de su cuerpo. Avanzar para destruir un dolor que sabe que no es físico, y sin embargo le consume el alma. Avanzó sin cesar, y fue consciente de quienes le rodeaban en todo momento, supo de asaltadores, mercenarios, de otros con su mismo destino que sin embargo no entablaban diálogo. Es un peregrinaje solitario.

Supo que había llegado cuando comenzó a despojarse de sus ropas. Y fue cuando se descalzó, que sintió cómo el calor de la blanca arena le invadía el corazón, y suspiró aliviado por unos instantes. Invadido de nuevo por el desconsuelo, se fue introduciendo en el vasto territorio, sabía que no estaba sólo pero no lograba divisar a nadie.

Continuó avanzando en línea recta hasta que se topó con una silueta. Cuando la alcanzó no dio crédito a sus ojos, era ella. Ella la misma que se fundió entre las sombras, ahora resaltaba sobre la luz, expuesta y exhibida ante todo. No dio tiempo a mediar palabra cuando un susurro sutil como el viento le contó la razón. Él la miró, y ella se le abalanzó cargada de vida otra vez. Cayeron sobre la duna y se besaron. Féleon, reanimado, la apartó. Y con mirada de duda y ojos lagrimosos la muchacha observó como él daba media vuelta y recorría el camino andado.

El muchacho logró volver a su pueblo, y a las pocas semanas y a causa de la penetrante luz del desierto se quedó ciego y condenado con la misma imagen blanca por haber marchado de allí. Hoy se lo conoce como el anciano blanco, y mora por los alrededores de Maestitia intentando revelar a los peregrinos afligidos los peligros que corren al caminar por las sendas del desconsuelo, y en un intento ahogado de salvarse a sí mismo.