20 de febrero de 2007

Desiertos azules

Convive cada día lejos de su patria entre los sólidos cimientos que le guían como un ratón de laboratorio por las calles de la gran ciudad. Los edificios se atreven con arrogancia a rascar los cielos; sus actos pasan desapercibidos entre los otros tantos que se producen instantáneamente. Desde la ventana de su despacho tiene la gran suerte de ver el mar, aunque sea en cuatricromía e intente venderle un wolkswagen, le recuerda a su tierra. Recuerda las tardes de primavera corriendo hacia la playa fumando sus primeros cigarrillos en clan. Los saltos de verano en las rocas y la espuma blanca del coraje. Del carácter embravecido en los tempestuosos días de invierno. Y como en verano cogía su barquita azul que heredó de su abuelo y se introducía en el desierto azul. Y su mirada surcaba sobre las dunas salobres que se extendían sobre el azulado espejo. Había que procurar no distraerse pues el desierto azul, era un desierto móvil y a la que uno se distraía era suficiente como para desaparecer durante varios días. Allí fue en las tardes en las que se quedaba viendo el atardecer donde aprendió a sobrevivir ante la adversidad siempre que se proponía volver a casa. Ahora tan sólo le queda el recuerdo de su pasado y la imagen que le da los buenos días al levantar la persiana que le recuerda aquellos días de días y mares azules que tiñen sus días y almohadas grises.

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